martes, 16 de septiembre de 2008

EL VIAJE

Viernes, 7 de agosto

Hoy ha sido un día muy largo, las imágenes y sensaciones vividas, palpitan en mi cerebro, mezcladas con el cansancio, y el vago sentimiento de soledad que me inspira esta habitación extraña.

Antes de que amaneciera, salimos del pueblo mi hija Ana y yo, el corazón me latía furioso cuando besé a los niños que dormían plácidamente, y más aún cuando furtivamente acaricié a Ángel, que medio dormido me dijo, ten mucho cuidado, te quiero pero estas loca.

Salimos de puntillas, y cerré la puerta sigilosamente. La calle estaba desierta, solo algunos gatos nos miraban curiosos, aunque hacía una temperatura agradable, mi cuerpo tiritaba nervioso, miré el cielo limpio y estrellado, respiré hondo, y me dije “en marcha”.

Nos encaminamos incrédulas hacia Sevilla, allí, de puro milagro, cogimos un tren que nos llevaría hasta Castellón.

Cuando advertimos que éste se ponía en marcha, y poco a poco a poco dejábamos atrás la ciudad, nos miramos sonriendo con cierta complicidad, y procuramos acomodarnos para un largo viaje.
Medio adormecida, ocultando los ojos a los rayos de sol que se colaban por la ventanilla, repasé mentalmente todos los preparativos del día anterior, había tenido que correr mucho para dejarlo todo organizado, la casa estaba limpia, la ropa perfecta, el canario tenía comida y agua, Ángel se encargaría de los niños, y del trabajo me olvidaría hasta el martes. Me sentía extraña y excitada, como un niño al que regalan un juguete muy ansiado, lo mira, sonríe, pero no se atreve a tocarlo. Es la primera vez que salgo sola de desde que me casé, parece mentira, pero hace ya dieciocho años.


Ana estaba muy ilusionada con ir a Benicasim, a un festival de música independiente que se celebra allí durante tres días, unos amigos valencianos la esperarían en la estación, pero Ángel no la dejaba, solo tiene diecisiete años y todo el mundo estaba en contra de ese viaje; mi madre decía que estábamos locos si la dejábamos, mi suegra que no volvería a hablarnos si lo permitíamos, hasta las vecinas opinaban, me arme de valor y les dije que yo iría con ella; nadie lo podía creer, pero estaba decidida, cogí mis ahorros y salimos esta madrugada. Quería demostrarme que soy capaz de hacer algo por mi misma, dejar la seguridad del pueblo, de Ángel y de la familia por unos días.

Tenía dieciocho años cuando me casé, y ahora con treinta y tantos, me siento fuerte con deseos de realizar cosas que deje en el camino, siempre me sentí un poco rebelde y diferente, los niños han ocupado toda mi vida, me he entregado por completo a ellos y ¿por qué no regalarme una pequeña aventura?.

Durante diez horas hemos visto pasar tras los cristales pueblos desconocidos, montes escarpados, huertas, ríos…

Llegamos cansadas del viaje, los amigos de Ana que la esperaban, alucinaron al verme, y más alucine yo cuando vi la cantidad de personas que invadía el pueblo, los planes hechos comenzaban a tambalearse; mi idea era encontrar un pequeño hotel, Ana vendría a dormir y ducharse, yo traía un libro, mi cuaderno para escribir, ropa fresca para la playa, y pasar unos días de descanso.
Recorrimos las calles con chicos con mochilas y pelo rojo, azules, verdes, amarillos. Repasamos todos los hoteles, pensiones, hostales, y nada, ni una sola cama quedaba libre, poco a poco anochecía y ya empecé a agobiarme.

Ana tenía derecho a un camping, instalado a las afueras del pueblo, para la gente del festival, cada día acudían a los conciertos veintiséis mil personas, al comprar una entrada, les ponían una pulserita de plástico en la muñeca y esta era la contraseña para entrar y salir, como yo no tenia la dichosa pulserita no me dejaban entrar. Mientras Ana y sus amigos instalaban las tiendas, les espere sentada en la puerta de un bar, pedí una botella de agua y desesperada le conté al camarero que me atendió, que tenia donde dormir, algo tan intrascendente se estaba convirtiendo en una pesadilla. El buen hombre me dijo que seria imposible encontrar algo, pues el pueblo estaba colapsado con el festival, me dio una lista con todos los hoteles de la zona y comencé a llamar.


Llame a cientos de números, hasta que por fin, en el hotel Orange, me dijeron que quizás pudiesen darme una habitación, pero solo por esa noche, esperaban a un cliente que no había llegado ni confirmado nada; di saltos de alegría, y cuando Ana volvió le dije que me iba a buscar el hotel, le di el numero de teléfono y le pedí que me llamase mas tarde para confirmar que me quedaba allí y quedar para el día siguiente, la abrace y marche con mi bolso a cuestas en busca del hotel.

Las luces del pueblo comenzaban a encenderse, camine esperando encontrar un taxi, pero fue inútil, las calles seguían inundadas de gente, preguntaba por el hotel, y me decían: ¿ves aquellas torres a lo lejos?, pues allí es.

Perseguí aquellas torres, como un marinero perdido en la niebla sigue el faro que le guía, a medida que se hacia de noche mas lejanas me parecían, el pueblo quedaba ya distante a mis espaldas y me fui adentrando en un laberinto de urbanizaciones y hoteles. El bolso en mi hombro parecía de acero, me pesaba el liviano vestido de bambula blanco que llevaba puesto, me sentí muy sola, a mil kilómetros de casa agotada y perdida; con los ojos de pueblerina inundados seguí caminando y de pronto ante mi apareció el majestuoso hotel. Las torres que veía en la lejanía eran espejos por donde trepaba la hiedra, desecha cruce la entrada, en recepción me dieron la habitación inmediatamente, debió impresionarles mi aspecto.

Al abrir la puerta, me esperaba un lecho blanco y amplio sobre el que me derrumbé, después de permanecer así mucho tiempo, me di un larguísimo baño, deje la puerta abierta por si sonaba el teléfono, pero Ana no llamó.

Tengo mucha hambre, ahora recuerdo que solo he comido un bocadillo en todo el día, pero no voy a salir por si Ana llama. Buscando en el bolso, he encontrado unas manzanas y me las he comido a mordiscos. A través del balcón veo multitud de lucecitas que se extienden a lo largo de la costa, el olor del mar se cuela en la habitación con el sonido de una musica lejana, los ojos se cierran y Ana no llama.


Sábado 8 de Agosto

Esta mañana, al abrir los ojos, y encontrarme en una cama y en una habitación que no me pertenecen, hice un movimiento inconsciente, y trate de enredarme como un ovillo, acurrucándome entre las sábanas, retrasando el momento de lucidez en que reconociese que Ana no había llamado. Me levante preocupada, a las doce tenia que dejar la habitación, recogí mis cosas y me senté a esperar en la terraza, una tenue brisa agitaba los árboles, tras los plátanos, el mar se desprendía de una fina niebla, a mi derecha pasada la carretera de Valencia, advertí que estaba el escenario de los conciertos, el eco lejano de algún grupo que ensayaba llegaba hasta mis oídos, ¡OH dios mío! pensé, ¿Dónde estará?, los ojos se llenaron de lagrimas y la angustia me apretaba en la garganta, no sabia que hacer o donde ir, mi mente estaba bloqueada, y mi única obsesión era encontrarla.

A las doce baje a recepción, pagué y me puse a llorar desconsoladamente, no podía contenerme, me preguntaban y era incapaz de articular palabra, lloraba y lloraba, jamás en mi vida había llorado tanto, una chica me hecho el brazo por los hombros y trato de calmarme, me llevo a la cafetería y allí me dieron una infusión. Me dijo que era la relaciones públicas del hotel, que le contase lo que me pasaba para poder ayudarme, los clientes del hotel que pasaban me miraban intrigados, no sentía vergüenza, solo desesperación. Entre sollozos le conté lo que me pasaba, ella me tranquilizo y me dijo que me quedara a esperar en la cafetería, “seguro que pronto te llama”, decía, pero yo lo veía todo negro, mi imaginación se desbordaba a mediada que pasaba el tiempo y la vi perdida, raptada, o quizá violada, casi todos los casos que había oído sobre niñas desaparecidas ocurrían en esa zona, y nadie excepto ella sabia que yo estaba en ese hotel, si le había ocurrido algo, ¿Cómo iban a avisarme?.

Permanecí llorando en un rincón, y recordé una historia que me contaba mi madre cuando era niña, sobre una ratita que quería ver el mundo, y acababa muy mal.
A las tres de la tarde me avisaron por megafonía, cuando oí mi nombre, dí un salto, me lancé sobre el teléfono, era Ana, al oir su voz volví a llorar mas; me dijo que estaba en una playa cerca del camping, le contesté “no te preocupes, ya pasó, ven cuando puedas”.
Dejé mi bolso en recepción, y salí a comer algo, pero el estomago se negaba, compré fruta y agua, y me quedé esperando en la piscina del hotel, ya mas serena me sumergí en el agua, que actuó como un bálsamo sobre mi cuerpo, sentía desaparecer la hinchazón de los ojos, y el nudo en la garganta se relajaba. Me tumbé bajo unos pinos frente a la puerta de entrada, había gran animación, las risas y juegos de unos niños, me trajeron de vuelta a la realidad, de una pesadilla que mientras duró me anuló los sentidos, y que ahora me parecía absurda y exagerada.

A las seis, cuando ya me dolían los ojos de mirar hacia la puerta, apareció Ana, la observe bajando las escaleras, estaba muy guapa, tan alta y delgada, llevaba un vestido cortito blanco que yo le había hecho, y en el que ella dibujó
El sol y unas estrellitas. Trató de excusarse, que si las cabinas estaban saturadas, que si se le hizo tarde…, pero a mi ya nada me importaba, estaba conmigo, era suficiente; cogimos un taxi y nos fuimos para el camping, había decidido entrar como fuese.

En coche recorrimos el camino que yo anduve la noche anterior, me pareció imposible que hubiese caminado tanto; la gente volvía de las playas, todo estaba bañado por una luz violácea y anaranjada, nos mezclamos entre la multitud, y pasé desapercibida, los amigos de Ana me recibieron entusiasmados, comentaron lo “guay” que era, por supuesto debía de ser la única madre que había allí.

Mientras las chicas se arreglaban, me he quedado charlando con algunos muchachos sentados en el suelo, han preparado bebidas, son muy agradables, buena gente, hemos hablado de cine, de música, del mundo…, cuando las chicas han salido de las tiendas guapísimas las hemos aplaudido, se han marchado a los conciertos un poco tristes por dejarme sola, pero no me apetece salir de aquí, quizás no pueda volver a entrar.

El camping es un mar de tiendas, instaladas encima de un pedregal, unos escuálidos algarrobos son la única sombra, tras unos matorrales hay unas vías, los trenes silban al pasar, lentamente los chicos de pelos de colores se van marchando, me quedo sola en la puerta de nuestra tienda, bajo un cielo estrellado, y oyendo la música de Björk que suena a lo lejos.



Benicasim 1998, el grupo y yo (la cuarta por la derecha ) “Ana” (primera por la izquierda).

viernes, 18 de abril de 2008

MI SOMBRA


Al principio no me daba cuenta, estaba demasiado ofuscada, demasiado herida, inmersa en un mar de emociones nunca antes sentidas; pero ya intuía el camino del laberinto, oscuro, tenebroso, frío y vacío por donde debía moverme en el tiempo. Tratar de centrar el pensamiento en cosas cotidianas, imponer al cerebro disciplina para que no se pierda, ¿por cuánto tiempo? Quizás para siempre, y por fin aceptar, hacer un pacto con el monstruo que allí habita para que no me devore.

Salir al bosque y adentrarme muy profundo, buscando hadas y duendes entre el musgo. Y oír el agua. ¡Oh, sí! de eso se trata, la locura acecha a cada instante, pero yo persisto, tareas cotidianas, trabajo duro, cuidar la casa, rendirme y poder dormir sin tóxicos.

Los primeros días amanecía deseando la noche, el momento de cerrar los ojos y soñar, él venía y viene cada noche desde entonces, quizás por el poema que escribí sobre el mármol blanco:
- Los dos llevamos el peso de una negra y corta despedida,
¿Porqué lloras? Dame tu mano.
Promete regresar a mis sueños.
Somos una montaña frente a otra…
No volveré a encontrarme contigo en este mundo.
Sólo si me enviaras besos a medianoche con las estrellas.

¡Y triunfó el sortilegio! el conjuro estaba hecho, las constelaciones se apoderaron de mi alma y concedieron el deseo. El vacío de los días culmina cada noche en aventuras con Morfeo. Durante el día, sobrevivo imagino dónde me llevará esa noche. Han pasado casi dos años y permanece fiel a cada encuentro. Una pátina gris cubrió mis ojos aquel día de abril, pero las noches me han mostrado un lado oculto, hermoso, de colores e incluso aromas intensos; volamos juntos por encima de montañas azules, sobre bosques de una vegetación exuberante jamás vista.

Sin levantar la cabeza de la almohada, me lleva a lugares donde nunca fuimos, nadamos en mares no descubiertos, su abrazo es tan intenso, que cuando abro los ojos porque amanece, su piel palpita aún sobre mi pecho, y es mío como jamás lo fue. Porque ya sólo existe la nada entre él y yo.

Antes no sabía apreciarlo, estaba como ausente, pero ya hace algún tiempo que noto un leve roce, un tibio aliento en la nuca mientras camino. Y hasta algunas veces siento cierto peso en la espalda cuando me acuesto, en el lugar vacío.

¿Será que ha vuelto? después de recorrer el universo, del viaje astral sin retorno. Sé que es mi sombra, viene conmigo, quiero creerlo…
© Pepa Benítez, 2008
Imagen: © Jesús Benítez